A los 69 años, Elif decidió tomar la iniciativa y planificar su futuro. Tras hablarlo con su familia, Elif vendió su vivienda por 640.000 dólares y aportó 500.000 a su hijo Adem, que utilizó el dinero para construir una casa de cuatro dormitorios con una vivienda independiente en la planta baja. A Elif le hacía ilusión pasar el resto de su vida con la familia de su hijo, viendo crecer a sus nietos.
Elif recogía a los niños del colegio cuatro días a la semana y cocinaba la comida familiar cada dos noches. Le gustaba pasar el día visitando amigos y en el club turco local.
Cuando los nietos estaban en el instituto, Elif los veía menos, pero se alegraba de estar cerca. Cuando Sara, la mujer de Adem, empezó un nuevo trabajo, Elif ayudó más en las tareas domésticas, pero pronto se dio cuenta de que era incapaz de cumplir las expectativas de Adem y Sara. Con el tiempo, Adem se negó a llevar a Elif a su club hasta que hubiera terminado las tareas domésticas y empezó a cerrar con llave la puerta que comunicaba su unidad con la casa familiar para que no pudiera pasar a ver a sus nietos.
Después de diez años, Adem y Sara le dijeron a Elif que tenía que irse porque necesitaban más espacio para sus hijos, que estaban creciendo, y que era egoísta por su parte ocupar tanto espacio. Le explicaron que el acuerdo era temporal. Cuando Elif discutió con ellos, le dijeron que debía de tener problemas de memoria y que el dinero que había invertido en la casa era un regalo, no significaba que pudiera quedarse para siempre.
Elif decidió a regañadientes trasladarse a una residencia de ancianos. Sin embargo, cuando se informó, descubrió que, al carecer de bienes, no podía pagar la residencia de ancianos en la que estaban algunos de sus amigos y, en su lugar, tuvo que trasladarse a un centro más alejado donde todo le resultaba desconocido.