Ted tenía unos 60 años, nunca se había casado y vivía en una ciudad rural. Se llevaba muy bien con sus vecinos de al lado, Max y Ada, a los que conocía desde hacía muchos años. La única pariente de Ted era su hermana mayor, Dorothy, que vivía en Sydney. En sus raras visitas, se sentía con derecho a decirle lo que tenía que hacer y cómo tenía que vivir su vida.
Cuando Ted sufrió un infarto, Dorothy llamaba a diario a su médico para decirle que ya era hora de que ingresara en una residencia. Afortunadamente, Ted se recuperó bien y pudo irse a casa. Habló con su médico, con Max y Ada y con un abogado, y decidió nombrar a Max y Ada sus tutores duraderos. Les encomendó las funciones de decidir dónde viviría, qué asistencia sanitaria y otros servicios recibiría, y de dar su consentimiento para recibir tratamiento médico u odontológico. Los nombró conjuntamente para que tuvieran que ponerse de acuerdo sobre las decisiones que tomaran por él.
Les indicó que quería quedarse en casa el mayor tiempo posible. Sin embargo, si llegaba el momento en que ya no pudiera tomar sus propias decisiones, aceptaría ir a una residencia si ellos y su médico lo consideraban necesario. También les indicó que hablaran con Dorothy antes de tomar decisiones. Cuando se lo dijo a Dorothy, ella aceptó cooperar y respetar los deseos de Ted.
Crédito: Estudio de caso extraído del recurso Tú decides quién decide: Establecer un poder duradero para las decisiones financieras (© Oficina del Defensor del Pueblo (Estado de Victoria) 2019.